El torrente sanguíneo lo lleva al hígado, donde una enzima llamada alcohol deshidrogenasa comienza a descomponerlo, produciendo un subproducto llamado acetaldehído. De hecho, un exceso de este compuesto químico es el culpable de las resacas.
La mezcla de alcohol y acetaldehído viaja desde el hígado hasta el corazón y atraviesa la barrera hematoencefálica para entrar en el cerebro. Ahí es cuando normalmente se pueden empezar a sentir los efectos físicamente, a los 10 o 15 minutos del primer sorbo. Los vasos sanguíneos empiezan a dilatarse, lo que puede hacer que te sientas más caliente y un poco ruborizado.
El alcohol activa entonces aminoácidos en el cerebro, que relajan y reducen las inhibiciones; también estimula la liberación de los neurotransmisores de la serotonina y la dopamina, así como de las endorfinas y los opiáceos naturales del cuerpo. Todas estas reacciones químicas contribuyen a los efectos de disminución de estrés del alcohol, así como a esa sensación de querer más.