Sentirse perdido es una buena forma de describir el síndrome del nido vacío. Cuando el último hijo se va, hay una etapa de transición. No se puede volver a la forma en que las cosas eran, y todavía no se llega a la forma en que las cosas van a ser.
Es posible sentir alivio y pena a la vez. Las exigencias diarias de la crianza de los hijos han desaparecido, pero también sus alegrías cotidianas. Cuando las necesidades del niño ya no marcan el horario, los padres pueden sentir que les falta dirección. No se está seguro de lo que va a venir después.
Lo ideal sería haber hablado del inminente cambio con la pareja mucho antes de que el nido se vaciara y haber probado algunas nuevas rutinas, como más salidas, por ejemplo, o vacaciones sólo para los padres. De esa forma se puede probar la nueva libertad.
Pero si se está poco preparado, simplemente es bueno reconocer que la transición está en marcha. La gente puede esperar o creer que va a ser igual que cuando tenía a los niños, sólo que sin que estén presentes. Sin embargo, eso es negar la realidad; las cosas son diferentes cuando sucede.
Para contrarrestar esa sensación de vacío, se recomienda redefinir la misión de la vida. ¿Cuál es tu nuevo propósito, como individuo o como pareja? Se sugiere emprender una búsqueda que pueda ayudar a reflexionar, como escribir en un diario o soñar con lo que se quiere de la próxima etapa de la vida.
Sobre todo, es bueno intenta recordar que el dolor pasará, como todas las cosas. Es un momento de cambio que llegará a su fin. Más allá hay un nuevo periodo que está lleno de posibilidades.