La competitividad atlética es estupenda, hasta cierto punto. Cuando nos esforzamos por alcanzar una meta, nos comparamos con los demás y tendemos a comparar nuestras debilidades con lo que vemos como puntos fuertes en el otro. Los humanos siempre quieren ser mejores.
Esto no es necesariamente malo, porque nos motiva a ir más allá de nuestra zona de confort. Sin embargo, cuando la comparación y la competencia se mantienen por un largo período, las cosas pueden ponerse feas, especialmente para el competidor crónico. Perseguimos el logro de otra persona, lo alcanzamos; luego vemos a otra persona que es mejor en eso, y vamos tras ella.
Cuando nos comportamos como si nada de lo que hacemos fuera lo suficientemente bueno, nos negamos a nosotros mismos cualquier sensación de satisfacción. Esto puede hacer que nos sintamos estresados y resentidos. Podemos perder totalmente la perspectiva de cómo lo estamos haciendo y de cuánto estamos progresando hacia nuestros objetivos.
La comparación puede ser contraproducente de otras maneras. Si duele la rodilla y se soporta el dolor porque se está atrapado en la competencia, es un signo de que es un problema que se tiene que atajar. El impulso competitivo puede impedir que se escuche al propio cuerpo.
Entonces, ¿cómo se puede uno beneficiar de la pasión atlética? Se tienes que determinar lo que realmente se quiere obtener del entrenamiento. Se tienes que definir y no dejar que el rendimiento de otra persona lo haga por uno.
En general es recomendable escribir los objetivos antes de ir al gimnasio, y luego hacer un seguimiento de los datos precisos en un diario. Esto mantiene centrado en el progreso, en detrimento de la comparación con otras personas.